7/11/08

Comunicadores.

Oigo cintas que he grabado con mi voz.

Hola a todas:

Hasta ahora no había tenido tiempo de quejarme (por escrito, de viva voz he sido un tormento) de una de las consecuencias que sufro a causa de las prejubilaciones en El Ente (con mayúsculas, por supuesto). Unas consecuencias que hacen que cada mañana acabe tan cabreado como si empezase el día escuchando la COPE, pero sin escuchar la COPE. Porque, a fin de cuentas, me veo obligado a desayunar opiniones.

Desde hace bastantes años me dejo acompañar por la radio en el cotidianamente arduo periplo que va desde la cama al tajo (con minúscula). Creo que es un vicio común entre la gente que vive sola. Y entre los gatos domésticos que viven con solterones (y también de los All Bran). O, quizá, es un vicio familiar. El caso es que era ferviente fan de Radio5 (antes "todo noticias"): los acontecimientos destacados del día en un par de lineas cada uno, salteados con información del trafico, con las iniciativas del ayuntamiento de Coslada y con pequeños espacios informativos, canapés, dedicados a aspectos variaditos, desde la música disco a los decesos, pasando por las vicisitudes de un administrador de fincas.

Pues acabó.

Desde que comenzó esta temporada en septiembre, supongo que por ahorrar, "El Ente" pincha la señal de Radio1 de 7 a 9... Es decir, adiós noticias breves, escuetas y resumidas, hola Juan Ramón Lucas.

Ni mal, ni bien este señor. Como cualquier otro, canoso y con gafas. Pero es que la opinión es pocas veces información. Apenas me importa lo que puedan decir del mundo los directores, editores o columnistas de seis medios. O, visto de otro modo, sabiendo para quien trabajan yo puedo dictarles, a priori, letra por letra, su opinión.

Si al menos fuesen expertos en algo, si supiesen más que yo de alguna cosa de interés... no se. La opinión sobre un accidente aéreo de un piloto, sobre el precio de las patatas de un agricultor, sobre la crisis ninja de un jubilado bien informado metido a bloguero... Pero la opinión de un profesional de opinar, de alguien que sólo se distingue por conocer las noticias un poco antes que el resto y que simplemente nos las canaliza/filtra/sesga no me vale para nada. No es informativa.

Las opiniones de opinadores, de gente que habla sobre cosas de las que no sabe más que yo, me merecen la pena sólo cuando no son previsibles. No es fácil, lo se, encontrar un opinador original. Pero a veces uno se encuentra intelectuales/escritores haciendo caja o promocionándose por los medios que viven fuera de las corrientes generales. Y les puede parecer mal la monarquía y bien el aborto, bien el comunismo y mal los matrimonios gays, mal la cocina tradicional y también mal los grandes chef. Son casos raros, pero con alguno he tropezado. Y aportan la originalidad de pensamiento (si es coherente, y no delirante a lo Dalí) de la que carecen la mayoría de los informadores adscritos a un medio. Quim Monzó o Antonio Gala en sendas entrevistas en Buenafuente, el terrible Sanchete Dragó (que por aborrecible no divaga de forma menos fascinante), incluso el señor de Prada (que opina sin saber e inventándose cosas.... pero junta churras con lobeznos de un modo muy original).

Claro, intenté encontrar algún cauce de información que tuviese cierta similitud con mi añorada radio5: noticias breves, escuetas (de modo que la opinión no cabe), muchas y vertidas de continuo. Como la antigua radio-minuto (¿se llamaba realmente así aquello de "son las sieteycincuentaycinco... bombardeo israelí en Gaza con cinco fallecidos....son las sieteycincuentayseis"?). Pero no hayé más que gritones opinando, emisora tras emisora.

Lo más genial de todo esto es que nadie parece entender mi indignación/asombro. ¿Para que quieres oír las noticias crudas, tampoco está de más/molesta la interpretación?

Pues, primero, porque los interpretadores de las noticias me dejan la sensación de guardarse los argumentos en contra. Vamos, para poder creerme que las noticias que me dan son TODAS, o todas las que caben. Y, segundo, porque tampoco tengo necesidad ninguna de que nadie me diga lo que él piensa, a no ser que sea algo absolutamente innovador.

Así descubrí que a mi alrededor a la gente lo que le encanta es que los opinadores corroboren sus opiniones, las inflamen, las multipliquen y se las devuelvan una y otra vez, repetidas hasta la saciedad, en un eco que por repetición espera convertir en cierto lo que sólo es opinable. Y así ves que la gente está encantada con el gurú mediático que opina, exactamente y punto por punto, lo que opinan ellos. No es sólo que ya no les interese conocer todas las noticias, ni que alguien te certifique si esas noticias son verídicas o no. Es que se pierde la única función que puede tener oír opiniones, que es la posibilidad de encontrar nuevos enfoques. Porque sólo escuchan lo que quieren oír, lo que uno ya sabe, buscando constante confirmación de la razón que uno tiene. Una salmodia a varias voces, recreándose en creencias que por compartidas y emitidas a las ondas son más ciertas, más cimientos.

Yo y los mios, tu y los tuyos... y conmigo o contra mí.

Da entre pereza y miedo.

El caso es que sigo con Juan Ramón Lucas, porque me parece que lleva menos sesgo. O porque todos los demás me parece que llevan demasiado. O, más bién, porque a las 9 vuelven a darme "todo noticias". Y yo no llevo prisa.

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