30/10/07

El (último) concierto de Héroes.

La caida pierde altura por momentos

Hola a todas:

¿Alguna estuvo en el último concierto de HdS (no confundir con el champú)?.

Yo sí.

Obviando el caos, obviando que más de la mitad de los asistentes llegaron con el concierto empezado, obviando si se muere o no el guitarrista, obviando si Bunbury lloró de pena o era culpa del humo y obviando si realmente ha sido o no el último, les diré que fue un gran concierto, porque descubrí algo muy importante (aunque ya lo sospechaba): no me gustan Héroes del Silencio.

Y eso pese a saberme cada palabra de sus incomprensibles letras y cada punteo de cada reinterpretación que han hecho de sus exiguos cuarenta temas (tiene cojones que cuatro discos de estudio den para 24 años de largas colas, pasiones irrefrenables y chillidos). Me diran, con razón que si ya sospechaba ésto, ¿por qué fui?. Pues porque a los 15 años sí me gustaban. O, al menos, yo creía que me gustaban. Lo que sí está clarísimo es que a mis amigos les gustaban.

¿Qué puede hacer uno, aunque no le apetezca ni el fin de semana en Valencia, ni el concierto con (¿contra?) 80.000 incondicionales, ni los 44€ de la entrada, cuando tus compañeros de instituto (y amigos) te compran una entrada para reeditar algo que hicisteis en el 93? Pues ir. A fin de cuentas repetir es, un poco, revivir.

Así que carretera y manta, en plena segunda edad: viajecito en coche peaje tras peaje, paellazas, dos noches en Valencia, lesión de espalda tras el concierto... Vamos, lo esperable entre treintañeros bien situados. No parece muy excitante, es cierto. Por eso lo enfoqué como un reencuentro con personas que antaño fueron importantísimos en mi día a día y que ahora han pasado, por meritos propios, a un discreto segundo plano. Y, la verdad, concluí que mis amigos (estos amigos) y yo ya no tenemos absolutamente nada en común: Ni ideas políticas, ni perspectivas de futuro, ni actitud ante la vida, ni gustos en cine o música o arte o mujeres... Nada más que un cariño tan antiguo que casi está rancio y un profundo conocimiento, producto (no deseado) de llevar juntos mas de veinticinco años.

¿Es, entonces, una amistad consuetudinaria?. Pues sí.
¿Es eso malo? ¿Debería prescindir de esta relación?. No lo se, pero a priori diría que sí. ¿Por qué gastar el tiempo que, efectivamente, se va, con gente que ni nos divierte ni nos interesa ni nos aporta nada?.

Y, sin embargo, en este viaje encontré una propiedad emergente de esta amistad y que no aparece en otras más recientes. Supongo que es la misma propiedad adicional que aparece en los matrimonios que cumplen las bodas de oro, entre compañeros de trabajo que llevan juntos cuarenta años y entre hermanos solterones que viven juntos: el profundo conocimiento del otro.
Es un conocimiento que hace innecesario explicar nada, ni lo que quieres, ni lo que te apetece, ni lo que te molesta. Todos nosotros sabíamos todo, no había NINGUNA POSIBILIDAD DE MENTIR (o muy pocas). Es decir, es un estado de sinceridad absoluta y obligada. Yo sabía en todo momento lo que ambos querían, lo que esperaban, su estado de animo, sus motivaciones para decir tal o cual cosa...

La imposibilidad de la mentira, desde luego, ofrece un interesantísimo abanico de divertimentos en una relación (sobre todo cuando hay público), jugando a decir y hacer cosas que todos los participantes saben si son falsas o ciertas. También ofrece un abanico casi infinito de posibilidades de puteo, como bien saben los matrimonios en bodas de oro, los compañeros de curro que se conocen hace cuarenta años y los hermanos que viven juntos. A la vez permite, claro está, infinitas formas de agradar, de ser gentil, de mostrar cariño... pero todos tendemos a centrarnos más en nuestras posibilidades de molestar que en las de agradar (es más divertido).

¿Merece entonces conservar estas relaciones? Yo creo que sí. Aunque sólo sea por lo curiosas, aunque aburridas, que resultan. O porque si intento fraguar lo mismo con una persona que conozca esta tarde (y me temo que esto incluye potenciales novias), seré bastante viejo para cuando pueda volver a jugar a esto de no poder mentir. Como tercera razón está lo agradable que es poder compartir impresiones sobre "la caída" y de como nos va afectando. Y ver la cara y el alma de viejo que se le pone a los que nos están viendo envejecer (y que no nos pueden mentir sobre ello).

Además, siempre cabe la posibilidad de que los Héroes den un concierto en el 2021. Y tendré que ir con alguien.

21/10/07

Bailando salsa.

Con transpiración me regó por aspersión

Hola a todas:

A principio de curso (porque la universidad donde doy clase gasta dinero público en esta clase de cosas) me apunté a clases de baile.

Pensaran que estoy siguiendo los doce pasos del "ligando desesperadamente". Pero la verdad es que no, que yo tenía (y tengo) interés en aprender a bailar. ¿Han ido, últimamente, a algún bar de esos de 100% pop español? De esos en que pasamos de Shakira a Ramoncín sin despeinarnos. Pues yo soy el tipo más bien gordo que se desgañita y salta con (casi) cada una de las canciones. De ahí a creerme que a mí me gusta bailar, sólo un paso. Y de ahí a pensar que para disfrutar bailando necesitaba alguien que encauzase mi energía, dando un orden y un sentido a mi pasión, un segundo paso.

Y alli me planté yo, en las clases de baile.

Primera decepción: bailes marchosos no quería decir que nos fueran a enseñar a hacer de John Travolta en Grease o en Pulp Fiction. No nos iban a explicar como lanzar a una chica por los aires (sin riesgo para sus supervivencia y con cierto criterio estético, se entiende) o a mover las caderas estilo yeyé. Quiere decir que nos iban a enseñar a bailar salsa. No entiendo el por qué del eufemismo, que lo es. Pero el caso es que allí o salsa o nada. Habiendo pagado (poco, pero algo) y sobre todo habiéndome buscado/forzado una pareja de baile (que también había pagado), pues hubo que tragar.

Segunda decepción: los únicos tíos que no estaban allí para ligar éramos el profesor y yo (y lo del profesor no lo tengo tan claro). ¿Por qué desilusión? Porque, una vez más, era yo el raro.

En la línea de otras clases de baile, según reza el mito, había más ellas que ellos (aunque no en una proporción desorbitada). Total, que por la idiosincrasia de la salsa y porque todas pillasen chico alguna vez, baile rotativo. Esto es, cada cinco minutos, cambio de pareja. Para los que querían ligar, cojonudo. Para mi, regular. Porque mi pareja de baile me ofrecía un confianza al tacto que no me ofrece una desconocida (que se le va a hacer, tímido en tocar carnes que es uno).

Total, que mal o bien, se nos fue instruyendo en el paso cubano, el step y el guaguancón. Y una tras otra circulan ante ti chicas, a las que coges de la cintura y del hombro. A las que al mirarla a la cara, un palmo bajo la tuya, les ves las tetas. Y a las que pisas patosamente o quiebras el cubito y el radio a girarlas. Todo correcto.

Más mal que bien, entonces, fui ganando confianza. En mi mismo y en mi capacidad de no ofender por estar, inocentemente (lo juro) palpando de más (desconocidas, sí; de porcelana, no).

Y ahora llega el desenlace, la razón por la que he abandonado una brillante carrera como "el tío que me saco a bailar "agarrao" el otro día en un bar".

Vamos a tumbar. ¿Cómo se hace eso? Seguro que hay muchas y variadas instrucciones pero, básicamente, tras introducir (según progresa la música) tu pierna derecha entre las dos de ella, esperando (o no, según la clase de persona que seas) que ella no sea muy bajita, con tu mano derecha sobre su hombro izquierdo y su teta derecha encima de tu ombligo, le ayudas a caer de espalda, sujetandole la cabeza con la mano izquierda y luego le ayudas a subir. Con firmeza pero sin desmontarla. Y, a ser posible, sin subirtela a la pierna derecha. Y todo esto haciendo que parezca que sigues el ritmillo.

Un intento, y otro y otro más. Y ji ji, y que bien... (igual ellas tampoco estaban allí para aprender a bailar y, entonces, éramos tres los interesados en algo ajeno a nuestras ganas de follar: el que cobraba, la que estaba allí por mí y el gordito saltarín). Y una, y otra. Y al final deja de darme pudor tanto magreo (que sí, que lo se, que soy un "pringao"). Última individua: joven, como casi todas, pelo liso, sonrisa inusualmente simpática. Suena la música. La cojo, la subo, la bajo, la rozo.... repito, meto pierna, la subo, la bajo... se ríe... y el baile dura... y se ríe más... y nos divertimos, subiéndola y bajándola y, para que engañarnos, me excito, me río y disfruto... Y bien. Genial, claro.

¿Les he dicho que nos habíamos saltado el "cómo te llamas"? Pues hubiera tenido su interés.

Yo allí, encantado de mi mismo, encandilado, flirteando... Y para la música, fin de la clase. Sonrisa de bobo. "¿Y como te llamas?", "Elisa", "Yo me llamo...", "Ya lo sé, no te acuerdas de mi.... Me diste prácticas el año pasado".

Vaya, vaya. Allí estaba yo, tonteando con una alumna. Magreando a una alumna. Quizá no le vean sentido, pero en aquel instante me ahogaba la vergüenza, sintiéndome completamente fuera de sitio. Seguí la conversación, claro. Sobre que tal profesor fui (estupendo, como no) y sobre cual iba a ser su proyecto fin de carrera. Adiós, adiós, dos besos, hasta otro día.

Pero no hubrá otro día. Seguiré dando saltos sin sentido en los bares pero, en la medida de lo posible, me mantendré lejos de sentirme atraído por una alumna.
¿Que qué tiene de malo que te "ponga" una alumna"? Pues, la verdad, no tengo ni idea.

Pero, lo que es yo, no pienso volver a clases de baile

La chica de la tele.

No comprendo la velocidad del tiempo

Hola a todas:

La semana pasada fuí a la tele. Ya había ido antes, a "La 5ª marcha" (a ver de cerca a Natalia Estrada y a bailar sin música) y a "Los conciertos de radio tres" (a bailar con música y a ver de cerca la decrepitud de los ochenta en el siglo XXI). Pero esta vez fuí a tener cierto protagonismo, de ese que hay que grabar con el cascado VHS para tener media hora de gloria con la que incordiar a parientes, amigos y potenciales ligues. Era un concurso en el que ejercí de consejero para mi hermana, que no se llevó a su novio porque ya se olian ambos la mala hostia que se le iba a poner a la niña si no ganaba nada. Para mi era más facil, porque no hay divorcio entre hermanos y nuestras peleas no cuentan como violencia de género (creo).

Las tres horas que esperamos allí antes de grabar fuí aleccionado para que interviniese mucho y con jovialidad, así que plagué mis comentarios de (vergonzosos) chistes baratos (que espero que no monten) y de recomendaciones sensatas, que mi hermana no siguió. Aún así, en la última jugada había muchísimo dinero improbable frente a poquísimo probable. Y mi hermana hizo la del castellano viejo ("más vale pájaro en mano que etc"). Fue cosa de un instante, una decisión rápida y cara, y ella optó por lo seguro (lo que, a posteriori, resultó un error). Aparte de sus remordimientos (en forma de bronca en un taxi), yo me gané un par de horas de "ingenio de escalera": cosas que debí decir y que en el momento no se me ocurrieron, me faltó la chispa, la inteligencia, la gracia...

Desde siempre he odiado las decisiones instantaneas: me gustan las elecciones que se pueden guisar lentamente, pensando, masticando bien... las cosas que hay que decidir entre un segundo y el siguiente me duelen. Y, la verdad, esas son las deciones más importantes de la vida: "¿Le doy o no le doy un beso?", "¿Me tiro del coche en marcha o dejo que me secuestren?", "¿Me compro "Kiss kiss bang bang" hoy o espero a que la rebajen?"... En estas cosas siempre la cago, opto por la cautela, por esperar, por no decidir. Lo que es malo para ligar y bueno para pillar los DVD rebajados (al final me la compré por menos de 6€).

¿Y por qué, aún sabiéndolo, sigo y sigo? Pues porque me da más miedo tomar una decisión que se me antoje ridícula pasado un tiempo (insignificantemente breve en lo del beso) que arrepentirme de no haber decidido. Con lo estupendo que son los juegos por turnos, ¿Por qué la vida es en "tiempo real"?

Lo que nos lleva a la primera parte de la visita a la tele: la redactora.

Nos asignaron a una licenciada en periodismo con formación como para dirigir unos informativos (y una sonrisa espeluznantemente encantadora) para que nos llevase a fumar, nos comentase como "hacerlo bien" y encontrase el modo de distraer nuestra larga estancia allí. Tres horas con una desconocida que tiene que estar contigo por huevos (descuiden, esto lo tengo muy presente) da para hablar de muchas cosas. Y para caerle muy bien (o muy mal). Y yo, perdón por la falta de modestia, salí por la puerta grande. Usando el truco de siempre: mira en lo que curro (no has conocido en tu vida a nadie "tan interesante" como yo, aunque también lleves a los que participan en "El diario de Patrícia"). Unido ésto a que con ella las coñas me quedaban un poco mejores, porque se reía, sospecho que podía haber intentado quedar para otro día. Otras pistas son a) que buscó una compañera que acompañase a otros concurantes para quedarse toda la tarde con nosotros y b) que nos aclaró lo lejos que vive su novio. Claro que no son señales inequivocas (ninguna lo es) y que, no tengo que olvidar, aguantar concursantes es su trabajo.

Tuviera o no yo razón, el caso es que llegó EL MOMENTO. Ese en que tienes que encontrar la manera de pedirle el teléfono o el mail o lo que sea, sin sentirte ridículo, sin hacerlo (el ridículo), sin sonrojarte.... ese momento que no es éste, sino el próximo.... y que al final no es ninguno. Así logré llevarme una dosis suplementaria de "ingenio de escalera" ("entonces le debí decir...", "entonces pude haberle dado mi mail...") para mi casa. Y así me paso los días la mar de distraido.


¡¡¡Que injusto es el imparable discurrir del tiempo con los inseguros!!!


A ver por cuanto consigo comprarme "300"....

4/10/07

Metrosexual.

Y ahora están atrapados los dos en la misma prisión

Hola a todas:

El otro día mi más mejor amigo maricón (o el más maricón de mis mejores amigos) me recomendó que me hiciese una liposucción si quería ligar más (es decir, si quería ligar algo).

Sí, es cierto que peso algo más de cien kilos y mido algo menos de uno ochenta... pero, ¿a tanto llega la cosa?.

Mi más mejor amigo maricón me dijo otras muchas cosas que algún día quizá merezca la pena comentar, entre las que no es poca cosa que soy "un claro exponente de la heterosexualidad", que "mi ropa interior es varios miles de veces más excitante que los KK" y que "visto lo visto, a las mujeres no les ponen los heteros, sino claramente los maricones". Claro que puede que quisiera seducirme con tales "piropos" (pero a estas alturas lo dudo; eran simplemente "piropos").

En lo que estaba: 3000 euros por perder 20 kilos. Eso me hizo pensar que merecía la pena comentar el cambio que en pocas generaciones se está produciendo en "occidente" (que ya es casi todo) en lo que hace "atractivo" a un hombre.

Con las chicas no hay duda (para mi no) sobre lo que resulta atractivo: ser, o en su defecto parecer, sana y joven. Hay mucha bibliografía, etnográfica y de índole más biológica al respecto. Siempre hay voces disonantes, claro, pero por motivos más ideológicos que científicos.

Con los hombres las cosas, en principio, tampoco son muy complicadas: nos hace "guapos" tener acceso a abundantes recursos (la salud, la simetría y todo lo demás no carece de interés, pero lo que más pesa es el "beneficio directo"). Desde luego hay muchos matices que hacer al respecto. Por ejemplo, cuando uno se pone a distinguir entre si se busca un novio o un polvo encuentra que las características preferidas por las mujeres difieren (para echar un polvo se prefieren más "guapos").
En cualquier caso, en líneas generales, nuestro atractivo no depende tanto de nuestro aspecto. Esto hasta hoy daba lugar a que "vender buenas motos" fuera siempre nuestra mejor baza para ligar. Todos sabemos que nuestras posibilidades de follar no dependen de nuestra cara o nuestro culo, o no sustancialmente.

Al menos, hasta ahora.

Yo entiendo que es triste que, tras miles de años de evolución cultural, de John Stuart Mill y Rousseau y el Concorde y Mondrian y los i-pod y las rebajas de enero, lo que nos sigue gustando a los hombres de las mujeres sea EXACTAMENTE lo mismo que antes de casi todo. Entiendo lo duro que debe de ser sentirse siempre observada y siempre juzgada y pasar infiernos mil para parecer sana y joven.
Desde luego, si a mi parte más racional le preguntan, no hubiera estado de más haber entendido que, viendo como ha evolucionado la manera de relacionarnos hombres y mujeres, la "belleza" no es lo importante (no lo más importante). Debiéramos haber aprendido a apreciar otras cosas. Por el bien general y por liberar a las mujeres del yugo de la imagen. Y que sea verdad, un poquito, lo de que la belleza está por dentro.

Siento que la humanidad no haya podido, la mitad masculina teniendo más culpa. Sinceramente.

Mi pena no esconde, sin embargo, mi cabreo. Es patético (e irritante) que se nos arrastre a nosotros al mismo pozo de la imagen (aunque se que a alguna le da risa) y que se nos empiece a evaluar exclusivamente por la buena, o mala, pinta que tengamos. Digo, que entiendo que las chicas esteis cabreadas, sometidas a tintes, liposucciones y maquillaje, al gimnasio y a Zara. Pero, hostias, no nos hagais esto. Aunque sólo sea por ahorrar en muertos por la anorexia, en muertos en operaciones de estética y en muertos por ingesta de anabolizantes. O en depresiones incurables de la autoestima. Aunque sólo sea por incrementar, en vez de disminuir, la tasa de felicidad global.

A los que venden cosméticos les conviene duplicar el mercado. Y a las tiendas de moda. Y a los gimnasios para urbanitas. Pero a nosotros (incluye, obviamente, nosotras), creo que no.

Jode infinito que solo te juzguen por tu imagen. ¿Por qué nos estamos dejando meter todos en el mismo saco, en vez de intentar salir?