21/10/07

Bailando salsa.

Con transpiración me regó por aspersión

Hola a todas:

A principio de curso (porque la universidad donde doy clase gasta dinero público en esta clase de cosas) me apunté a clases de baile.

Pensaran que estoy siguiendo los doce pasos del "ligando desesperadamente". Pero la verdad es que no, que yo tenía (y tengo) interés en aprender a bailar. ¿Han ido, últimamente, a algún bar de esos de 100% pop español? De esos en que pasamos de Shakira a Ramoncín sin despeinarnos. Pues yo soy el tipo más bien gordo que se desgañita y salta con (casi) cada una de las canciones. De ahí a creerme que a mí me gusta bailar, sólo un paso. Y de ahí a pensar que para disfrutar bailando necesitaba alguien que encauzase mi energía, dando un orden y un sentido a mi pasión, un segundo paso.

Y alli me planté yo, en las clases de baile.

Primera decepción: bailes marchosos no quería decir que nos fueran a enseñar a hacer de John Travolta en Grease o en Pulp Fiction. No nos iban a explicar como lanzar a una chica por los aires (sin riesgo para sus supervivencia y con cierto criterio estético, se entiende) o a mover las caderas estilo yeyé. Quiere decir que nos iban a enseñar a bailar salsa. No entiendo el por qué del eufemismo, que lo es. Pero el caso es que allí o salsa o nada. Habiendo pagado (poco, pero algo) y sobre todo habiéndome buscado/forzado una pareja de baile (que también había pagado), pues hubo que tragar.

Segunda decepción: los únicos tíos que no estaban allí para ligar éramos el profesor y yo (y lo del profesor no lo tengo tan claro). ¿Por qué desilusión? Porque, una vez más, era yo el raro.

En la línea de otras clases de baile, según reza el mito, había más ellas que ellos (aunque no en una proporción desorbitada). Total, que por la idiosincrasia de la salsa y porque todas pillasen chico alguna vez, baile rotativo. Esto es, cada cinco minutos, cambio de pareja. Para los que querían ligar, cojonudo. Para mi, regular. Porque mi pareja de baile me ofrecía un confianza al tacto que no me ofrece una desconocida (que se le va a hacer, tímido en tocar carnes que es uno).

Total, que mal o bien, se nos fue instruyendo en el paso cubano, el step y el guaguancón. Y una tras otra circulan ante ti chicas, a las que coges de la cintura y del hombro. A las que al mirarla a la cara, un palmo bajo la tuya, les ves las tetas. Y a las que pisas patosamente o quiebras el cubito y el radio a girarlas. Todo correcto.

Más mal que bien, entonces, fui ganando confianza. En mi mismo y en mi capacidad de no ofender por estar, inocentemente (lo juro) palpando de más (desconocidas, sí; de porcelana, no).

Y ahora llega el desenlace, la razón por la que he abandonado una brillante carrera como "el tío que me saco a bailar "agarrao" el otro día en un bar".

Vamos a tumbar. ¿Cómo se hace eso? Seguro que hay muchas y variadas instrucciones pero, básicamente, tras introducir (según progresa la música) tu pierna derecha entre las dos de ella, esperando (o no, según la clase de persona que seas) que ella no sea muy bajita, con tu mano derecha sobre su hombro izquierdo y su teta derecha encima de tu ombligo, le ayudas a caer de espalda, sujetandole la cabeza con la mano izquierda y luego le ayudas a subir. Con firmeza pero sin desmontarla. Y, a ser posible, sin subirtela a la pierna derecha. Y todo esto haciendo que parezca que sigues el ritmillo.

Un intento, y otro y otro más. Y ji ji, y que bien... (igual ellas tampoco estaban allí para aprender a bailar y, entonces, éramos tres los interesados en algo ajeno a nuestras ganas de follar: el que cobraba, la que estaba allí por mí y el gordito saltarín). Y una, y otra. Y al final deja de darme pudor tanto magreo (que sí, que lo se, que soy un "pringao"). Última individua: joven, como casi todas, pelo liso, sonrisa inusualmente simpática. Suena la música. La cojo, la subo, la bajo, la rozo.... repito, meto pierna, la subo, la bajo... se ríe... y el baile dura... y se ríe más... y nos divertimos, subiéndola y bajándola y, para que engañarnos, me excito, me río y disfruto... Y bien. Genial, claro.

¿Les he dicho que nos habíamos saltado el "cómo te llamas"? Pues hubiera tenido su interés.

Yo allí, encantado de mi mismo, encandilado, flirteando... Y para la música, fin de la clase. Sonrisa de bobo. "¿Y como te llamas?", "Elisa", "Yo me llamo...", "Ya lo sé, no te acuerdas de mi.... Me diste prácticas el año pasado".

Vaya, vaya. Allí estaba yo, tonteando con una alumna. Magreando a una alumna. Quizá no le vean sentido, pero en aquel instante me ahogaba la vergüenza, sintiéndome completamente fuera de sitio. Seguí la conversación, claro. Sobre que tal profesor fui (estupendo, como no) y sobre cual iba a ser su proyecto fin de carrera. Adiós, adiós, dos besos, hasta otro día.

Pero no hubrá otro día. Seguiré dando saltos sin sentido en los bares pero, en la medida de lo posible, me mantendré lejos de sentirme atraído por una alumna.
¿Que qué tiene de malo que te "ponga" una alumna"? Pues, la verdad, no tengo ni idea.

Pero, lo que es yo, no pienso volver a clases de baile

No hay comentarios: